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El diálogo a nivel de pareja y con los hijos nos permite edificar hogares sólidos... |
1. Lectura Bíblica: Proverbios 18:13-15; Santiago 1:19; 1 Pedro 3:8
2. Objetivos:
2.1. Que al término de la reunión de Célula Familiar
los concurrentes comprendan la importancia de aprender a comunicarnos con el
cónyuge
2.2. Que al término de la reunión de Célula
Familiar los concurrentes comprendan la
importancia de aprender a comunicarnos con los hijos
2.3. Que al término de la reunión de Célula
Familiar los concurrentes comprendan la
enorme importancia que reviste el diálogo al interior de la familia
3. Desarrollo
del tema:
“¿Cuál es el
problema?” Cuatro palabras que encerraban todo un drama. Raúl y Laura,
después de una acalorada discusión, hablaron de divorciarse. Es cierto, iban a la Iglesia, oraban y leían la
Biblia. En apariencia se llevaban bien. Eran motivo de admiración para sus
amistades; sin embargo, entre los dos se mantenía una tensa calma. Cualquier
diálogo terminaba en discusión. “No creo que podamos entendernos”, dijo
la mujer, visiblemente descompuesta, mientras que su esposo no hacía otra cosa
que gestualizar. ¡Definitivamente las cosas no iban bien!
Raúl y Laura encarnan el drama que viven en todo el
mundo hombres y mujeres, unidos bajo el santo laso del matrimonio, que
literalmente están bajo un mismo techo
pero no pueden convivir.
3.1. ¿Realmente
hemos aprendido a comunicarnos?
Comunicarnos no es un simple proceso en el que una
persona habla y la otra escucha. Incluye el intercambio de ideas, opiniones,
sentimientos. Tres elementos de los muchos que involucra un adecuada proceso
para relacionarnos e interactuar. No podemos olvidar que es a través de las
palabras que edificamos o destruimos a otras personas.
Cuando vamos a las Escrituras, que sientas las bases
para una vida familiar fructífera y triunfante, leemos que: “El espíritu humano puede soportar un cuerpo enfermo, ¿pero
quién podrá sobrellevar un espíritu destrozado?”(Proverbios 18:14. NTV)
Si no sabemos comunicarnos, sin duda causaremos
heridas en las personas con las que nos relacionamos. El círculo más cercano,
en el que causamos daño, lo constituyen nuestro cónyuge y nuestros hijos. No
saber decir las cosas o decirlas en el momento menos apropiado puede conducir a
un “espíritu destrozado”. Una herida
emocional termina por agigantarse y fractura un matrimonio o el esquema
relacional padres-hijos.
La queja más frecuente entre los esposos es que su
pareja “no les escucha”. Escuchar es
muy importante, de hecho, una terapia apropiada puede partir de la base de
escuchar a la otra persona. Una esposa descorazonada, frustrada, desanimada,
puede encontrar alivio con solo que su esposo tome tiempo para oírla; no es
otra cosa que darle la oportunidad del desahogo
que hace mucho bien.
Cuando uno de los cónyuges siente que no les oyen,
experimentan frustración y esa sensación puede tornar frágil la relación de
pareja. Igual ocurre si no hay una buena relación comunicacional con los hijos.
3.2. Escuchar
antes de responder
Otro elemento altamente negativo que levanta barreras
en el proceso de comunicación familiar es que respondemos y reaccionamos antes
que el cónyuge termine de hablar. Esa costumbre nos lleva a decisiones
apresuradas y, generalmente, a conclusiones equivocadas.
El rey Salomón aconsejó apropiadamente: “Precipitarse a responder antes de escuchar los hechos es
a la vez necio y vergonzoso.”(Proverbios 18:13. NTV)
Los esposos y esposas generalmente pasan por necios,
porque no dejan hablar y si permiten que su interlocutor se exprese, no le
dejan terminar las ideas completas, coherentes. Eso por supuesto conduce a
errores de los que debemos arrepentirnos y buscar corregir. Nos ahorraríamos un
largo trecho si en lugar de reincidir en el mismo error, aprendemos a escuchar
al otro.
Es importante que si alguien tiene algún sentimiento
encontrado, lo exprese. Ayuda a sacar del corazón lo que nos resiente.
Ahora, es aconsejable que mientras está dialogando con
su pareja o con los hijos, les mire a los ojos y les preste atención. Nada
resulta más hiriente que simplemente—sin siquiera dirigirles la mirada—se limite
a decirles cosas como “Sí, ya te escuché”.
El apóstol Santiago, en
una maravillosa cita que podemos encontrar en el libro de los triunfadores que
es la Biblia, escribe: “Mis amados
hermanos, quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos
para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse.(Santiago 1:19. NTV)
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Aprender a dialogar con la pareja es todo un arte, en el que juega papel importante saber escuchar. Dios nos ayuda en el proceso |
Lo mejor, en todos los casos, es aprender a escuchar
antes de tomar cualquier decisión. Lo más apropiado es poder valorar lo que nos
están diciendo antes de decir algo.
3.3. Tome
ventaja de guardar la calma
Un dicho muy común en Latinoamérica es “Quien se enoja, pierde”. Y es real.
Descomponernos rápidamente, reaccionar sin meditar en nuestro comportamiento,
lleva a perder terreno en cualquier diálogo. Aunque creemos que decir las cosas
airadamente o con gritería nos permite tomar ventaja, realmente quien gana la
partida es la persona que guarda la calma. Es un principio que debemos aprender
si deseamos una buena relación de pareja, con comunicación edificante.
El rey Salomón instruyó: “Las
personas inteligentes están siempre dispuestas a aprender; tienen los oídos
abiertos al conocimiento.”(Proverbios 18:15. NTV)
Este hombre, reconocido mundial e históricamente por
su sabiduría, enseñó también que si la otra persona habla en tono alto, lo más
aconsejable es que conservemos la serenidad y hablemos con palabras moderadas
en tono (Cf. Proverbios 15:1)
Antes de reaccionar violentamente ante lo que le dice
su cónyuge o sus hijos, piense que quizá están respondiendo a una provocación
suya: No supo decir las cosas en los términos apropiados, utilizó gestos
retadores o simplemente actuó de una manera que se interpretó como agresiva.
Es allí, cuando miramos a nuestra familia con amor—lo que
por supuesto aplica también a la comunicación con otras personas—cuando hacemos
realidad todas las enseñanzas del Señor Jesús. No es otra cosa que ponernos en
los zapatos de la otra persona.
Cabe aquí recordar lo que enseñó el apóstol Pedro: “Por
último, todos deben ser de un mismo parecer. Tengan compasión unos de otros. Ámense
como hermanos y hermanas. Sean de buen
corazón y mantengan una actitud humilde.”( 1 Pedro 3:8)
La comunicación con la pareja y los hijos no es tan
difícil y compleja como luce en apariencia. Demanda de nosotros compromiso para
saber expresarnos, con las palabras indicadas, que no resulten hirientes. No
les interrumpa cuando hablan, déjeles expresarse, trate de encontrar puntos de
acuerdo. No se concentre sólo en las palabras—porque quizá la persona está
airada—sino en lo que desean expresar. Guarde la calma, recuerde que es lo más
aconsejable para llegar a acuerdos.
Dios que creó la familia, que ama la familia y quiere
ayudarnos a sentar bases sólidas en la relación nos ayuda en el proceso. Basta
que le concedamos el primer lugar. Puedo asegurarle que es una de las
decisiones de las que jamás nos arrepentiremos. Darle el primer lugar al Señor.
Y si en su vida no reina Él, ábrale las puertas de su
corazón porque prendidos de Su mano, avanzamos en el maravilloso proceso de
crecimiento personal y espiritual.
© Fernando
Alexis Jiménez
4. Preguntas
para la discusión en grupo:
a. ¿Cómo es mi relación de pareja?
b. ¿Cómo es la relación con mis hijos?
c. ¿Reconozco que quizá parte del problema
en las relaciones al interior del hogar se debe a que no he aprendido a
comunicarme bien?
d. ¿Miro atentamente a mi cónyuge cuando me
está hablando?
e. ¿Presto atención a mis hijos cuando están
expresando sus sentimientos?
f. ¿Reacciono inmediatamente, sin escuchar a
mi interlocutor?
g. ¿Evalúo las circunstancias o el diálogo
antes de responder?
h. En adelante y con ayuda de Dios, procuraré
mejorar mi comunicación a nivel de pareja y con mis hijos.
5. Oración al terminar la Célula familiar:
“Amado Dios y Padre, como
familia te damos gracias porque es por tu infinita misericordia que nos ayudas
a experimentar crecimiento cada día. Reconocemos en cada paso de nuestras
vidas, que estamos aprendiendo. Siempre habrá algo nuevo que aprender en
nuestra relación de pareja y con los hijos. Te damos gracias porque nos enseñas
a comunicarnos y permites que corrijamos los errores que hasta hoy hemos
cometido. En tus manos quedamos. Amén”
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